Humillados y ofendidos by Fiódor Dostoyevski

Humillados y ofendidos by Fiódor Dostoyevski

autor:Fiódor Dostoyevski [Dostoyevski, Fiódor]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1861-01-01T05:00:00+00:00


III

Natasha se levantó y comenzó a hablar de pie, sin darse ni cuenta, de lo alterada que estaba. El príncipe la escuchaba atentamente y también él se levantó de su asiento. Toda aquella escena se estaba volviendo demasiado solemne.

—Recuerde las palabras que pronunció usted el martes —empezó a decir Natasha—. Dijo que necesitaba dinero, que deseaba transitar por caminos trillados y tener importancia en nuestra sociedad, ¿lo recuerda?

—Sí, lo recuerdo.

—Bien, pues para conseguir ese dinero, para alcanzar todos esos éxitos que se le escapaban de las manos, se presentó usted aquí el martes y maquinó esa boda, considerando que esa farsa le ayudaría a atrapar aquello que se le estaba escapando.

—¡Natasha —exclamé—, piénsate bien lo que dices!

—¡Una farsa! ¡Una maquinación! —repetía el príncipe, como si hubiera ofendido gravemente su dignidad.

Aliosha estaba roto de dolor y observaba la escena sin comprender apenas nada.

—Sí, sí, no me interrumpa, me he jurado a mí misma que se lo diría todo —replicó Natasha, irritada—. Como recordará, Aliosha había dejado de obedecerle. Durante medio año se ha afanado en separarlo de mí. Él no cedía. De pronto, en cierto momento el tiempo empezó a apremiar. Si perdía a su hijo, también se le escapaban de las manos la prometida y el dinero, sobre todo el dinero: los tres millones de la dote. Sólo quedaba un recurso: que Aliosha se enamorara de aquella que usted le había escogido como prometida; creía que, si se enamoraba de ella, a lo mejor me dejaba…

—¡Natasha! ¡Natasha! —grito Aliosha afligido—. ¿Qué estás diciendo?

—Y eso fue lo que hizo —continuó ella, sin prestar atención al grito de Aliosha—, pero ¡volvió a repetirse la misma historia! ¡Cuando todo parecía arreglarse, otra vez era yo la que le estorbaba! Sólo había una cosa que podía infundirle esperanza: usted, como hombre experimentado y astuto que es, tal vez hubiera advertido ya que Aliosha, en ocasiones, parecía cansado de su antigua relación. Usted, por fuerza, ha tenido que notar que empezaba a desatenderme, a aburrirse, que no venía a verme en cinco días. «A lo mejor se cansa del todo y la abandona», pensaría usted; de pronto, el martes, la conducta tan resuelta de Aliosha le dejó estupefacto. ¿Qué podía hacer?

—Perdone —gritó el príncipe—, pero es justo al revés; ese hecho…

—Estoy hablando yo —le interrumpió Natasha con firmeza—. Aquella noche se preguntó qué podía hacer, y decidió darle su consentimiento para casarse conmigo, pero no lo hizo convencido, sino tan sólo de boquilla, para tranquilizarle. La fecha de una boda, pensaba usted, siempre puede aplazarse tanto como se quiera; y, mientras tanto, estaba naciendo un nuevo amor: usted ya se había percatado. Y en el nacimiento de ese nuevo amor cifraba usted todas sus esperanzas.

—Novelas, novelas —dijo el príncipe a media voz, como si hablara para sí—. ¡Todo eso es fruto de la soledad, de las ensoñaciones, de la lectura de novelas!

—Sí, en ese nuevo amor cifraba usted todas sus esperanzas —repitió Natasha, sin escuchar ni prestar atención a las palabras del príncipe, dominada por un ardor febril, cada vez más exaltada—.



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